La enfermedad inflamatoria intestinal (EII) es una alteración que engloba dos entidades de etiología idiopática, caracterizadas por una inflamación recurrente y persistente del colon, en el caso de la colitis ulcerosa crónica idiopática (CUCI), o de todo el aparato digestivo, como en la enfermedad de Crohn (EC).1 Ambas pueden cursar con periodos de actividad, en los que se presenta inflamación de la mucosa, ulceraciones, disminución del moco, infiltrados de leucocitos polimorfonucleares y congestión vascular intensa; en la etapa de inactivad o remisión sólo hay distorsión de la disposición de la mucosa, cambios metaplásicos, hiperplasia de folículos linfáticos, infiltrado predominante de mononucleares e hiperplasia de células endocrinas. Los periodos de remisión pueden durar días, meses o incluso años y presentarse de manera espontánea o por respuesta al tratamiento.2, 3
La patogenia de la EII puede ser genética o secundaria a trastornos de la inmunomodulación de la mucosa intestinal, y en consecuencia de células T, células mononucleares y macrófagos, lo que desencadena lesiones en las células epiteliales y alteraciones en la microflora intestinal.4,5 El tratamiento de elección suelen incluir corticoesteroides o inmunomoduladores; sin embargo, éstos no siempre garantizan estados de inactividad en el paciente. Múltiples investigaciones proponen terapias nutricionales coadyuvantes basadas en antioxidantes, ácidos grasos y moduladores de la flora bacteriana, los que pueden mejorar el estado nutricio y promover o mantener estados de remisión en el paciente con EII.4, 6
Los probióticos son bacterias que pueden tener efectos terapéuticos a través de acciones locales en la mucosa colónica o sistémicas sobre mecanismos de regulación del medio interno y la actividad del sistema inmunitario. La desnutrición en pacientes con EII puede ser secundaria a la diarrea frecuente. Se ha propuesto que la ingestión de lactobacilos y bifidobacterias podría modificar el hábito defecatorio, además de lograr una remisión de los signos de actividad, especialmente en pacientes con CUCI. Estos cambios pueden mejorar el estado nutricional del enfermo, y con ello la tolerancia al tratamiento farmacológico.7,8 En un meta-análisis de Haller y colaboradores se mostró que los probióticos tienen un efecto positivo en la reducción de síntomas de la EII.9
Por otra parte, se ha mostrado que la ingestión de ácidos grasos de cadena corta atenúa la permeabilidad intestinal y favorece la regeneración celular, por lo que la inflamación y la presencia de síntomas en pacientes con EII disminuyen significativamente.4,10 En modelos animales se mostró que una dieta constituida por ácidos grasos monoinsaturados (MUFA) y ácidos grasos poliinsaturados (PUFA) ω-3 y 6 (10 a 60 g/100 g de peso de cada ratón) redujo en grado significativo la inflamación y el daño en la mucosa intestinal.11 Algunos estudios sugieren que la ingestión de ω-3 por vía parenteral disminuye los síntomas y las necesidades de corticoesteroides, lo cual promueve la remisión histológica y endoscópica.12
Otro de los factores que influyen en la evolución de la EII y que se encuentra en reciente estudio es el estrés oxidativo, el cual produce radicales libres que son factores que desencadena y perpetúan la EII en forma significativa debido a que aceleran los procesos inflamatorios, inhiben la función enzimática y modifican la expresión de genes al reducir la actividad celular.13 El glutatión, las vitaminas A, C, E y los metales libres como el selenio, cobre y zinc se han propuesto como sustancias que pueden modular la inflamación por sus efectos antioxidantes, en particular las vitaminas ya que disminuyen los radicales libres, regulan la función inmunitaria y promueven la proliferación epitelial.14,15
En conclusión, hoy en día los pacientes con EII pueden tratarse con otras terapias coadyuvantes que aumenten su calidad de vida; sin embargo, es necesario realizar más investigación para establecer con certeza dosis y tiempos de tratamiento más efectivos.