Hemos leído con interés el artículo «Características de la alimentación de los pacientes mexicanos con síndrome de intestino irritable. ¿Se distingue de la población general?» de Amieva-Balmori et al.1, el cual aborda un tema relevante, pero consideramos pertinente hacer algunas observaciones para enriquecer la discusión metodológica y conceptual del estudio.
En el estudio no se especifica el momento clínico en el que se evaluaron a los pacientes, ni bajo qué criterios se confirmó el estado de salud de los controles. Para los controles, es necesario manifestar que la ausencia de enfermedad no es sinónimo de salud (sano); los autores hubieran aclarado como aseguraron que dichos controles no tuvieron otras enfermedades. Para los enfermos, lo deseable era describir las «enfermedades graves que pudieran afectar a la ingesta de nutrientes». Queremos destacar sobre el análisis de nutrimentos que denominan «características de la dieta», este apelativo es incorrecto ya que las características de la dieta son todas aquellas que indican qué y cómo lo comemos; en ese sentido, los autores no describen la ingestión de ingredientes específicos, patrones dietéticos, calidad de la dieta, tipos de azúcares y alimentos gatillo. Evaluar únicamente el perfil de nutrimentos limita la posibilidad de identificar los factores alimentarios que desencadenan síntomas en el síndrome de intestino irritable (SII).
También quisiéramos externar otras dudas metodológicas, la primera es la descripción del proceso de selección por «invitación voluntaria», el cual no es claro y podría generar dudas sobre la aleatoriedad del muestreo e incluso malinterpretarse como coerción en el reclutamiento. En segundo lugar, los autores realizaron un análisis de FODMAP que se limita a una categorización cualitativa lo que limita la capacidad de inferir diferencias relevantes entre grupos que darían mayor aporte y beneficio para los lectores2. Por último, ciertos aspectos que los autores de artículos sobre epidemiología nutricional deben considerar, como las diferencias clínicas entre los grupos que debieron controlarse desde el diseño, por lo que las disparidades en edad e índice de masa corporal (IMC) pueden ser sesgos importantes; de igual manera, la forma en la que reportaron datos usando el término «vegetales» independiente de frutas, cereales y leguminosas requiere aclaración, pues taxonómicamente todos pertenecen al reino vegetal. Hubiera sido relevante discutir el posible rol de los trastornos de la conducta alimentaria en esta población, como ha sido descrito previamente3; y finalmente la falta de un tamaño de muestra adecuado, limitante para inferencias que puedan hacerse.
En conclusión, si bien el tema es pertinente, las deficiencias metodológicas del artículo debilitan las conclusiones generadas por los autores. Los futuros estudios que quieran reportar características dietéticas debieran considerar estos aspectos relevantes.
FinanciaciónLos autores declaran no recibir ningún tipo de financiación para la emisión de este documento.
Conflicto de interesesLos autores declaran no tener conflicto de intereses.